Despierta en tu ausencia

soldemedianoche

Despierta en tu ausencia indago,

entre los ensueños.

Exploro interrogantes calmando
un seno vacío.

Situada en mitad de tu ciudad, avisto momentos en fuga,
congojas licuadas en sal y disoluciones
pasadas.
Situado en mitad de mi ciudad, avenidas de palabras calmas,
encienden sus luces, en blanco y negro,
a veces.

Percibo las palmas,
emplazada en mi misma, miro hacía el centro
que volveré a colonizar,
quizá mañana mismo.

Singular mundo

raiz

H ace algunos años habitaba en una campana de cristal, rígida y frágil. Ya os he hablado alguna vez de mi mundo singular. Aunque no sea siempre el mismo. Mudable, versátil, tornadizo y a veces inestable. Fue y sigue siendo todo un universo. Extraño, misterioso, absurdo. Hoy resigo, bajo la yema, su diferente interior, es de forma esférica, aunque no lo parezca por su nitidez y ductilidad. Ya no es una campana de cristal en la que adormecerse en sordina. Ahora es particularmente maleable, elástico y dócil, singular. Un juego entre lo extraordinario, la soledad y lo raro. Un número gramatical que se comprende en el plural.

Corales verdes

Mi cuerpo casi dormido, indiferenciado de la sábana blanca. Te acercas lentamente, descubriendo cada uno de los parajes del camino. Tus manos deambulan, se acercan y mi piel tiembla trémula bajo las yemas. El roce rugoso desampara años de acopio y la epidermis se derrumba. Siento la desnudez deslizándose entre las quebradizas formas que la envolvían. Desposeída de absurdos ancorajes puedo ausentarme de ti y huir hacía un arrecife de corales verdes. Sí, existen corales verdes en un mundo no tan extraño como pueda parecer. Nadando entre el arrecife me voy despojando de mí misma hasta convertirme en agua.

Hoy, soy agua.

Caja de secretos

Convertida en caja de secretos,

guardo tu nombre entre el silencio.

A través del enrejado calculo,

cuantas palabras me separan de ti.

Cien cajones cerrados,

colmados de misterio

invocan albas no respiradas.

Perfume dulce extraviado.

Mirada detenida en un segundo inhalado con fuerza.

Dos segundos y desaparezco

hasta perderme dentro.

Un minuto para atesorar,

convirtiéndome en arcón de enigmas.

Inspiro en la madrugada y sigo

contando palabras.

Mundo singular

Penetras en un mundo singular. Es dorado y rojo. Los imperdibles, se convierten en objetos que olvidan su nombre. Hace ya algunos días que jugamos al escondite. Una vez y otra desaparecen por el gusto de ser buscados, se divierten atendiendo a mi voz por toda la casa, haciéndome revisar sus rincones preferidos. El juego acaba justo en el momento en que que perciben las melodías de ensalmo y encantamiento, les hace reír y son descubiertos entre alborotos. Toda la casa se convierte en una explosión de formas y colores que vuelan por la habitación. Hoy, ya no sé como (re)nombrarlos para que se dejen ver una vez más, mi voz ya no les encanta. Definitivamente se han extraviado entre las enaguas de los armarios y las formas de mi hogar. Los innombrables siguen a resguardo y yo, sigo triste con su desaparición. Pero en una vivienda roja y dorada nunca faltan motivos de entusiasmo y apasionamiento. Mi mirada se dirige hacía la izquierda, oigo unas notas que suenan bajo las cuerdas de una guitarra, en sordina… sonrío y la composición en pocas horas está ya conmigo para convertirse en imagen. La ha titulado Depression num. 2. Vaya título para una armonía tan bella. Me gusta imaginar la música en imágenes. Olvidemos los (im)perdibles, realmente vivo en un mundo singular. Incluso el rojo y el dorado se convierten en extrañas combinaciones de color.

Cicatriz

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La distancia logra un sueño: cerrar la carne viva.
Someter la herida abierta,
sangrante y llorosa de ausencias.

Sigo así el itinerario de una cicatriz
con la mirada,
puedo reseguirla sin temor e, incluso,
llenarme de nostalgia…

El vacío

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He saltado al vacío, la impresión provocada rememora viejos sueños infantiles. No sé porqué pero me divertía caer en la nada, tiraba objetos a un espacio imaginario para poder precipitarme hacia ellos, justificadamente. Años después ya no necesito ninguna excusa, aunque todavía no sé si me sigue divirtiendo de la misma forma. He saltado al vacío y curioseo en derredor, sí, estoy en la medianía de la vorágine, un poco desubicada todavía, me cuesta bastante nadar entre el viento. Creo que estoy poco habituada a no tocar tierra. En realidad poco puedo palpar, todo se desliza suavemente entre mis dedos, entre mi talle, incluso tú, pasas suspirando a pocos centímetros de mí. Leve huella sutil de una quimera en medio de la brisa. Braceo con decisión hacía el norte, siempre imagino mi huída encaminada hacía la aurora. Sentada sobre ella esperas mi retorno, con la paciencia de alguien que sabe dejarme el suficiente oxígeno para bucear entre los ciclones que, de vez en cuando, me envuelven.

En el vórtex

soldemedianoche

Abro la contraventana de mi vida,

observo como las palabras e imágenes serpentean entre la brisa.

Es medianoche, y aún así, un fulgor ilumina su baile.

Al capricho del viento se ordenan,

se acomodan dóciles a tu pensamiento.

Recito sus nombres.

Me regalan un gesto, leve, tenue, mínimo.

¿Cuantos años hace que nos conocemos?

Me sonríen sin responder y siguen con su danza.

Ha llegado el momento,

subo a la silla,

me siento en el alféizar,

un instante..

en mitad del vórtex.

¿vienes?

Entre el mercurio

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Navego entre nebulosas, a 39 grados y en línea de flotación permanente. El viaje entre el mercurio me oprime y mis movimientos quedan limitados, me he vuelto mínima. Mínimamente, todavía respiro, mientras vivo a cámara lenta y los sonidos reverberan a mí alrededor. No encuentro ninguna salida que me lleve a ti. ¿En que parada me dijiste que te encontrabas? Soy despistada y perdí el mapa, lo siento. Dejo que mi cuerdas vocales marchen haciendo contrapesos por el hilo rojo, tratando de localizarte entre cajas y recuerdos. Entre el gris denso, adormecida y sin voz, sigo tejiendo filamentos nublados, transparentes puentes, oquedades y anhelos.

La niña que recogía amapolas

floresenmivida

Es primavera, innegablemente. Además de los mil sentimientos que revolotean por el aire, como el polen, incitando a la revolución, han nacido las amapolas. La visión de la explosión roja siempre logra, año tras año, deslumbrarme. Los recuerdos que me atan a esa flor salvaje son casi, casi, atávicos. Cubiertas como crisálidas las abría para verlas surgir, quebradizas todavía, entre el verde que las cubría. Jugaba con ellas a pintarme, llegaba a casa con el cuerpo cubierto con líneas negras, extraídas del gineceo y manchas moradas de sus pétalos. Una amapola roja evoca a mi madre. Ella mira a una niña que le lleva esas flores como presente de su libre paseo.

Han pasado muchas estaciones desde entonces. Ahora ya no hago ramos con ellas, aprendí por el camino que son, además de agrestes, frágiles. Que no tiene ningún sentido atesorarlas, que se ha de disfrutar de ellas observando como el viento mueve sus pétalos. Advertir que ya estamos en el punto más álgido del entretiempo con sólo mirar la configuración del paisaje encarnado. La primavera acaba sucumbiendo, invariablemente, acaba la sublevación y nos deja la calma. Pero el púrpura siempre nos deja la promesa de volver al año siguiente. Aunque a veces, no sé muy bien por qué, puede ser primavera por cuatro estaciones.