Penetras en un mundo singular. Es dorado y rojo. Los imperdibles, se convierten en objetos que olvidan su nombre. Hace ya algunos días que jugamos al escondite. Una vez y otra desaparecen por el gusto de ser buscados, se divierten atendiendo a mi voz por toda la casa, haciéndome revisar sus rincones preferidos. El juego acaba justo en el momento en que que perciben las melodías de ensalmo y encantamiento, les hace reír y son descubiertos entre alborotos. Toda la casa se convierte en una explosión de formas y colores que vuelan por la habitación. Hoy, ya no sé como (re)nombrarlos para que se dejen ver una vez más, mi voz ya no les encanta. Definitivamente se han extraviado entre las enaguas de los armarios y las formas de mi hogar. Los innombrables siguen a resguardo y yo, sigo triste con su desaparición. Pero en una vivienda roja y dorada nunca faltan motivos de entusiasmo y apasionamiento. Mi mirada se dirige hacía la izquierda, oigo unas notas que suenan bajo las cuerdas de una guitarra, en sordina… sonrío y la composición en pocas horas está ya conmigo para convertirse en imagen. La ha titulado Depression num. 2. Vaya título para una armonía tan bella. Me gusta imaginar la música en imágenes. Olvidemos los (im)perdibles, realmente vivo en un mundo singular. Incluso el rojo y el dorado se convierten en extrañas combinaciones de color.