Abres la ventana del tiempo y enumeras, observando la clepsidra, cada una de las gotas que han rebosado. Una, dos, tres. Te descuentas y vuelves a empezar mientras relatas propósitos en voz alta. ¿Cómo se miden esas gotas sin agua?
Interpelas al aire que cruza desiertos de voces perdidas y sin forma alguna, en susurrante desorden te dicen los nombres de todas las cosas. Te sitúas. Directora de la orquesta del caos. Así te nombras mientras nadas entre mónadas confusas del mes de noviembre. Se dibuja tu deseada arista en los lentos trazos que nunca llegas a alcanzar y anhelas la calma, la voz en silencio, el repliegue azul, la quilla de un barco vadeando entre quimeras de un rojo encarnado a punto para emerger.