Nuevos escenarios

Fotografía del color de las hojas en Celrà

Es un nuevo noviembre como aquel en que querías emerger. ¿Recuerdas? Hace más de una década que escribes sobre él.

Enumeras los umbrales que cruzaste para descifrar su voz. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve.
Los vuelves a contar y ríes. Todos los signos dicen su nombre. Noviembre. El noveno mes. Y, claro, vuelves a las cuentas.

Era hoy sí, hoy tenías que entrar en la fábrica y rendirte ante la contradicción de los meses vividos. Fisgoneas -entre las múltiples entradas de la nube de respuestas- y descubres que vives en un tiempo creado en el siglo XVI. Las diferencias son mínimas, unos segundos de menos en la división de los días del anterior. Elaboras cábalas cavilando sobre los ciclos, las eras, las estaciones y los intervalos que marcan tu biografía más allá de los calendarios.

Miras tus mapas.

Sigues explorando buscando principios que expliquen su nombre. Y los localizas, noviembre nació en el tiempo en que Céfiro, el viento de la primavera, bufaba ligero y cálido. Cuando los años eran decanatos.

Cruzas delicadamente el umbral sosteniendo entre las manos los relatos, sabiendo que ahora son también lo que te explica a ti. Contar historias mientras danzas la melodía de los noviembres que guardaste en la maleta que te acompaña.

Así, el rojo sigue inundando los itinerarios, los ciclos cicatrizan los ayeres y tú, inauguras coreografías y cánticos en insólitos escenarios.

Clepsidras

Abres la ventana del tiempo y enumeras, observando la clepsidra, cada una de las gotas que han rebosado. Una, dos, tres. Te descuentas y vuelves a empezar mientras relatas propósitos en voz alta. ¿Cómo se miden esas gotas sin agua?

Interpelas al aire que cruza desiertos de voces perdidas y sin forma alguna, en susurrante desorden te dicen los nombres de todas las cosas. Te sitúas. Directora de la orquesta del caos. Así te nombras mientras nadas entre mónadas confusas del mes de noviembre. Se dibuja tu deseada arista en los lentos trazos que nunca llegas a alcanzar y anhelas la calma, la voz en silencio, el repliegue azul, la quilla de un barco vadeando entre quimeras de un rojo encarnado a punto para emerger.

¿Cuántos años haces que duermes en el mismo lado de la cama?

Esa pregunta cruzó el arrabal de un tiempo sostenido mientras revolvías, una vez más, el hogar que habitas. Tienes esa necesidad, no puedes evitarlo, lo remueves todo. Como si en el re que acompaña a mover y volver estuviese la fórmula exacta que te puede explicar. Una y otra vez acomodas espacios, pintas porvenires, cruzas líneas invisibles, ríes en voz alta y trajinas momentos. Una y otra vez. Te gusta.

En una de esas revueltas te suspendiste en el filo exacto donde reposan los sueños. En parada, sintiendo el latir de un tiempo-calmo extraño en ti, descubriste que nunca habías dormido al otro lado de la cama. Cuentas cada una de las casas que has habitado, te orientas en cada una de las habitaciones, te sitúas en ellas, haces memoria.

Rememoras.

No. Siempre al mismo lado. Y nace una interrogación. No encuentras respuesta, como en la mayoría de preguntas que te formulas. Pero, extrañamente, quieres llenar el vacío, desplazas treinta centímetros el mueble, como si eso significase algo y tomas la decisión de ocupar el otro lado de la cama.

No duermes bien y, sin embargo, persistes en el acto y cruzas en dirección a la edad que te permite hacerlo. Determinas y quieres que así sea, pese a la rareza, la incomodidad y el despertar en un intento de caminar hacía pretéritos conocidos. Sabes que aún necesitas descubrir algunos umbrales de ti misma y los márgenes inexactos de la diagonal por la que puedas huir.

Permaneces en la espera.

Ensalmos de calma

Transito entre las líneas de un fondo ocre nacarado que acoge mis pasos. Es fácil. Del jardín comedor a la habitación sin cortinas. Es el camino más largo. La segunda vez que se desplomaron las cortinas dejaste de intentar cubrirla del púrpura que deseabas.
Suelo atender los deseos del hogar que habito.
Velé la transparencia que me separa de la casa de enfrente. Rectángulo a rectángulo, cuadro a cuadro compuse un lienzo para ser pintado. Cada día, o casi cada día, la mirada se dirige hacía allí. Saludo y duermo. Recorro cada una de las esquinas e imagino el púrpura, las formas, las palabras y símbolos que la han de cubrir.
Pocos días son el día.
De entre los siete meses que me separan del primer gesto, únicamente dos días han trazado algún elemento diferenciador. Hoy es uno de ellos. Necesitaba ensalmos de calma entre las líneas del fondo nacarado que me llevan al sueño de ser y estar. He cruzado el paso en busca del dorado, el plata y toda la gama que guarda la fiambrera transparente en el lugar de siempre.
En espera.
Quería algo simple, sencillo, frágil como el momento que vivimos. Mis manos toman el rotulador dorado. Suavemente, delimito, salto de forma a forma. Apacible y serenamente observo la composición. No. No es. Y, en ese sin ser las figuras se apoderan y las quietudes se empiezan a desbordar. Las dejo. Sé que les debo su espacio. Llegan el púrpura, el azul, el verde y el blanco que resalta sobre la opacidad.
Hoy tiene sentido.
Uno se sucede al otro buscando su lugar y emergen las palabras desmadejadas, se solapan y cubren el cielo donde reposa sereno el mundo que me envuelve. Un último gesto. Ensalmos de calma para el espíritu frágil que reposa en ti.

Te detienes los instantes precisos para observar. Te miras en ese espejo de siempre y ves apariencias salvajes que, a veces, crees olvidar. No puedes dejar de ver. Eres y estás.

No es azar

Existen los días tristes. Son aquellos en los que navegas entre una escala de grises perfectamente definida. No es una gama al uso, en ella se contienen todos y cada uno de los colores sin ser. Es casi, pero no. Es casi, pero no.

No soy.

Me suspendo.

Sí. Siento el plomo del día. Cruzo la puerta que me separa de él. Vulgar, corriente, mediocre, aburrido, apagado, monótono, indiferente, anodino.

Así es el gris.

De todos los sinónimos que me muestra el diccionario anodino es mi preferido. Sin gracia, sin substancia (la palabra me recuerda a mi madre pronunciándola, no para bien). Es tan insignificante que seguro significa. Anodino. Es el momento, no puedo evitarlo, busco sus orígenes.

“Este término es de procedencia latina, bajo la denominación «anodynus» y a su vez del griego «ανωδυνος» (anōdynos) que significa sin dolor.”

En una primera lectura, mis pensamientos celebran que el día sea anodino. Sin dolor.

Solo tres segundos.

Sí, es cierto, no duele. Por eso es gris. La tristeza es gris, siempre ha sido gris. Sigo suspendida y busco algún sinónimo que me ayude. Encuentro dos: descansar y capturar. Un instante de reposo para curiosear entre todos los matices posibles. Ahora sí. Capturo el magenta, el amarillo y el azul.

No, no es azar.

Entre mesuras y medidas

¿Cómo mido la distancia que me separa de ti?
Me coloco entre la mesura y la medida. Entre la contención y la magnitud. Con la cinta métrica marco y señalo latitudes, longitudes y trayectos entre los dos términos. Sin duda es infinitamente más grande de lo que puedo imaginar, todo siempre es mucho más grande, me dirija hacia dónde me dirija, en horizontal, vertical o en espiral. Bueno. Sí. Quizás para la espiral necesitaré un poco más más cinta métrica. Sin embargo, la pregunta sigue en el aire a la espera de conocer los milímetros seguros a recorrer. ¿Existen?. Sí, esos milímetros seguros que esperas. Quizás no. Sigo mi tránsito en el círculo que me define y me explica, como si nada más pudiese hacerlo, lo cruzo de todas las formas posibles. En los círculos no existen aristas ni esquinas que facilitan la huida, para escapar solo cabe saltar al vacío de una dimensión inmensurable. Me detengo situada en el borde de la circunferencia, mirando hacia ti, desconociendo, me desconozco. Me desnudo lentamente despojando años de miedos para averiguar tu nombre. ¿porqué no?. Salta. Y en ese salto sentirás el vértigo situado en una profundidad emocional de difícil acceso. Solo durará esos segundos. Nada más. Pero la emoción será tuya. La tomas entre las manos y la miras. Conoces su nombre. Te has situado en otra figura geométrica de difícil definición. Levantarás la mirada y volverás a medir y mesurar. Detenidamente. Una vez más.
¿Cómo mido la distancia que me separa de ti?

Magnitudes y significados

Hoy sí, hoy se escucha el silencio en una hora inusualmente extraña. Todo es quietud. Como si hubieses despertado en el intermedio de un sueño insólito y misterioso. El sonido del silencio te lleva al momento preciso en que vivías en una de las arterias de tu antigua ciudad. Era maravilloso percibir el silencio. Te quedabas quieta, expectante, disfrutando como si oyeses a la orquesta de Cage. Sí. No habitas la casa donde crecieron tus primeras plantas, pero ellas te acompañan aun, adaptándose a tus nuevas geografías, se adaptan todas a los instantes por vivir. Como tú. Como todas. Caminas, no dejas de caminar a pesar de todo. Corres, saltas, botas y rebotas como la esfera brillante que seguías en esa dimensión que nadie mas que tu podía transitar.

El recuerdo te lleva a la puerta de casa, tu casa, el único lugar donde siempre vuelves. La de siempre. Allí está tu madre abriendo la puerta y te ves soñando con la esfera imaginaria justo en el escalón en el rellano de entrada. También era un momento de silencio, estaba allí, pero no, viajabas por el inter espacio siguiendo a la bola blanca luminosa. Mirando el infinito que no te cabe aún en la cabeza. Eras tan pequeña… eres tan pequeña respecto a esa medida. Siempre te calculas en relación con tu planeta y el todo inimaginable. Eres tan diminuta como cualquiera en derredor. El mundo en relación al todo es diminuto, ¿qué vas a ser tú entonces?. Casi insignificante. Y, aún así, significas. Mides la magnitud y sonríes.

Interregno

Hoy la primavera ha cruzado el umbral, se ha presentado lejana y sonriente y, hasta se podría decir que divertida. Céfiro se ha instalado en el balcón para susurrar bellas palabras de aliento. Hoy. No es ni más ni menos que un día más en el calendario, y, sin embargo, alguien ha recordado la fábrica, ésta fábrica, sí, la de memorias. ¿Hace tiempo que no escribes?. Hoy me he acordado de ella.

Sí, es cierto, los días van pasando, así como de puntillas y me olvido de la carpeta de las palabras que custodia el disco duro, del documento con nombre propio: momentos precisos. No recuerdo la fecha exacta en la que abrí, por última vez, el espacio digital que las contiene. Abro el espacio digital. El siete se abre de par en par para mostrar un letargo más que invernal. Siete meses. Me dirigo hacía la carpeta de las palabras, abro el documento y leo que justo antes del casi medio siglo escribí, pero el pequeño texto se quedó en la guarida de las palabras que no viajan alegres y confiadas. Las dejo en el reposo que me demandan. No son las únicas que, voluntariamente, quiere residir allí.

¿Cómo te has acordado de la fábrica? No sé… ha sido así, de esa forma en que los pensamientos se presentan, a veces, como en revelación. Pero el momento es, en cierta forma, extraordinario, eso he pensado. Separemos la palabra: extra-ordinario. Vuelvo a la etimología. Hay cosas que no cambian. “Extra”, el vocablo procede del latín y quiere decir además de o fuera de. El término, junto a lo ordinario, la conjunción de palabras que marca el orden de las cosas, suma y sale de cada uno de los instantes en los que solemos deambular. Como equilibristas.

Me encuentro paseando entre los confines de unos metros que delimitan mi hogar, pero no me angustia. Me sitúo. Estás encerrada por un decreto impensable del itinerario habitual que marcan tus pasos. Pero, aún así, estás tranquila, tanto, como si vivir en un interregno pausado y extraño te deje un espacio abierto donde respirar. Respiras. Una y otra vez. Abres la ventana, miras la extrañeza cara a cara y piensas en las demás personas. Aquellas que, de una forma u otra, forman parte de ti. El dibujo, con formas insólitas, te hace sentir afortunada. Con todo lo que conlleva ser cercano a esa casualidad, a la suerte de ser quien eres y nacer en un espacio y tiempo concreto. La fortuna.

Tienes los confines de tu casa, las horas transcurren con pocas diferencias y puedes respirar tranquilamente. Vuelves a respirar. Cómo será para… No habrías podido imaginarlo jamás, aunque quizás lo hayas leído en libros, solo lo puedes vivir, como tantas otras cosas en el interregno del transitar. Sigues confinada y escribes para la fábrica mientras recuerdas que la palabra interregno la aprendiste del Tiempo líquido de Zygmunt Bauman.

Nuevos mapas a marcar

Lo has hecho, has saltado una vez más. Sabiendo del caos, del intermezzo de esa danza que lo revuelve todo, de las interrogaciones entre las dudas, de las cajas que si sitúan en lindes.
Saltas.
Nadas, siempre nadas hacia el norte, hacia la promesa de un nuevo florecer justo en el medio de una línea recta, sin mirar atrás. Brazada tras brazada el mar se va calmando y dejas de surfear las olas. El horizonte, lentamente se dibuja y los perfiles se quedan quietos. Como en calma. Saboreas la placidez y emerges entre el azul de las aguas que te acogen. Todavía te sientes un tanto desubicada pero conoces tu habilidad de dibujar mapas. Lo crearás una vez más y marcarás un punto del bermellón que acostumbras. Oirás el eco reverberando pretéritos y, como siempre, se dibujará una sonrisa en tu rostro y darás las gracias. Gracias a las personas que facilitaron el paso de un noviembre de forma dulce para hallar al jardín que calmó tus ansias y la casa blanca que mira al mar.
Contemplas ahora tu vergel de interior, al más antiguo y al que ocupa un nuevo lugar. Sí, a ese que te explica. Le recitas el ensalmo de bienvenida y abres la puerta.

Miles de palabras curan instantes y sueños revueltos de ausencias

El camino a transitar se dibuja entre el alfabeto que, a veces, te explica. Estás entre el áureo color que ha germinado, en ese airecillo que exhala alientos y susurros dóciles.
No siempre es así.
En algún ciclo te encuentras entre las líneas de una estructura desequilibrada y frágil. Caminas de puntillas y, detenidamente, observas el desgarro. El vacío.
Casi sin variabilidad, constantemente, hay una oquedad entre la fulgencia. Ese blanco aterrador y alentador. A la vez, sin medida. ¿Era blanco o negro?
Intentas contar los centímetros, las proporciones necesarias para dar el salto. Las precisas. Esas y no otras. Calculas, numeras y detallas la exactitud anotando todas las cifras e instantes en la libreta que te explica. No sabes si te van a salir las cuentas y esperas.
Una vez más.
Detenida entre la desgarrada línea y el punto porvenir.
En ese instante te rompes y te deshaces entre miles de prórrogas.
Dejas de ser entre las palabras que forman un cúmulo desbarajado, sin orden ni concierto. Navegas entre el blanco y el negro.
Cruzas la línea del horizonte y percibes al fondo del blanco absoluto una primera nota…
Un paso.
Céfiro te sopla al oído.
Sonríes.
¿Saltas?