En tu mapa

Camino lentamente sobre el hilo, deambulo acariciando entre los deslices del otoño su suave textura. El filamento blanco comienza a danzar y no me queda más remedio que seguir los compases que marca. ¿Trenzamos sueños? Entretejidos fugaces, coreografías infinitas tañen el bermejo ovillo. Sí, aquel que quedó prendido del pretérito esperando la cosecha. El pálido danzarín se detiene un instante, sólo un instante alejado del tiempo, de pretéritos, de presentes y de porvenires. Sólo un instante, alejada del tiempo. En letargo, como hibernando entre el níveo y el púrpura, detenida. Un firmamento de magentas me circundan, entre el cristalino y el rubí, toda la gama rosácea se acerca exaltada en un sola pirueta. Perfecta. Absoluta. Río en ese instante detenido. Debo seguir danzando entre hilos, entre las formas que nos separan, entre los delirios que unen, en un mapa, en tu mapa.

El momento preciso

Deseos, espacios ilimitados del ser. Rincones ignotos de geografías absolutas. Mónadas deambulando en un mar de lindes, trazas y señales confinadas en ese rojo siempre perpetuo. El Corinto, el de la grana que brota cuando Céfiro exhala las brisas suaves que manifiestan que algo va a florecer. Mientras observo a Noto, – el que sopla los vientos del otoño, el viento del sur, aquel que nos acerca las tormentas-, esbozo el mapa de anhelos, el itinerario de senderos, la fina línea que me separa del color de la cosecha. ¿En que luna estoy? ¿Espero?. Sí. El momento preciso.

Escudriño el instante indispensable para marcar el recorrido. Ese. Sí, ese amanecer en que decides sujetar el grafito esmeralda con la presión exacta y delinear los contornos. Las estructuras algebraicas, que no entiendes, se acercan a saludar, los vectores se disparan hacía todas las direcciones y te ríes. Como puede ser que, aunque sólo ansiabas desear, hayas llegado a las matemáticas que todo lo explican y que jamás podrás entender. Todo queda detenido. Es el momento preciso.

 

Ha pasado noviembre!!

El año pasado, después de algunos años, fue un noviembre dulce. Este año, ni le he visto, no sé… he olvidado las maletas y las aristas de fuga. Quizás sea que estoy en escapada, mirando directamente a la línea de costa, a las geografías que llevan a quien sabe donde, a los mapas por dibujar. El cambio siempre ha sido un cambalache de emociones, un pretexto para soñar, un argumento para vivir. Crisálida que rasga los hilos que la envuelven, una y otra vez, a la espera de las alas de formas y colores brillantes, contrastados, potentes. La mudanza siempre es esa posibilidad de sentir la poesía del batir de alas, suave, lenta y delicada que te encamina, mientras a tu alrededor las plantas, los muebles y la regadora te sonríen en complicidad.

Porqué hacemos lo que hacemos o la paradoja de la post-bohemia

Bohemia, junto a Moravia y Silesia, son unas regiones históricas que forman parte de la República Checa (o eso me dice la wikipedia). Bohemios eran los gitanos que cruzaron fronteras hasta llegar a Francia y a los cuales debemos el término para definir a esas personas (artistas) de vida libre, caótica y desenfadada. Evidentemente, es un término demodé, como bien nos explica Núria Puig en su artículo “La sociedad de la Post-bohemia o el fracaso de la Sociedad de la Información”. La pregunta de ¿porqué hacemos lo que hacemos? es desde la post-bohemia, desde la paradoja de ser “obreros de la conocimiento y de la cultura”, y esto sí, podríamos vincularlo a muchas ideas: ser un trabajador o proletario, ser una abeja o hormiga obrera y aquí me quedo con la primera acepción del diccionario de la RAE: persona que trabaja.

Somos entonces unas personas que trabajamos para la cultura y el conocimiento, o eso se le supone, porque en la mayoría de los casos se desvincula el trabajo del ingreso de dinero que nos permitiría ser obreras con sueldo. Por ello, no podemos olvidar nuestra condición post-moderna y líquida que nos ha tocado vivir (o eso dicen algunos autores). Vivimos en una compleja red donde la cultura se convierte en producto cultural o no es. Aquello que antaño y, seguramente actualmente, era un acercamiento a Dios (entendido como aquello omnipotente) o inefable, esa facultad para transmitir verdades que las prácticas artísticas tienen, ese signo del bohemio, para un post-bohemio resulta, a veces, un sobreesfuerzo que hace que te preguntes, de vez en cuando: ¿qué estoy haciendo?. Después de esa primera pregunta vienen muchas más, que podríamos enumerar hasta el infinito.

Pero seguimos viviendo en la época del deseo, de la seducción, de la emoción, en la sociedad del espectáculo de Baudrillard. ¿Lo que hacemos seduce? ¿enamora? ¿emociona?, quizás no, o quizás nuestra condición entre post-moderna y post-bohemia no nos permite transgredir los límites. Aunque perfectamente capacitadas, quizás no hayamos llegado a la post-modernidad fragmentada donde los relatos han perdido validez, donde descreídos de verdades conforman nuevas. Quizás en cualquier condición haya algo atávico que nos ata a un pasado que creemos historia.

En todo caso y sobre cualquier condición, seguimos siendo obreros de la cultura y del conocimiento o así nos consideramos (aunque no salgamos en primera página del Hola), seguimos adelante porque alguien nos dijo que era posible. Y seguimos haciendo “productos culturales” con posibilidad de compra a través de redes complejas, de las más absoluta contemporaneídad, como Verkami o cualquier red social o correo electrónico que os permita poneros en contacto con hormiguitas obreras como Rita Andreu y su proyecto de edición de una publicación híbrida entre catálogo y libro de artista del ciclo “Realitats Alterades”

¿Os he seducido?

Capturar memorias

Me gustan las flores. De hecho, repasando las últimas entradas del blog, en su melodía de fondo se las oye recitar. Me fascina su delicadeza, su fragilidad, los colores, sus formas esporádicas y variables, ese instante pequeño en que rasgan sus vestiduras. Si sumamos encantos y seducciones con memorias y recuerdos, en un día como hoy en Girona, Temps de Flors, no me quedaba otra opción: Tenía que capturar sensaciones, huellas, percepciones e imágenes para compartir en el proyecto de “Geografies del Souvenir”.

El primer domingo de “flores”, para alguien que vive en la ciudad, es una locura salir a recorrer las calles. Para alguien que trabaja y sólo tiene una hora para la captura, hacerlo se convierte en un divertimento, para que que engañarnos. Así que en ese divertimento de atravesar las calles llenas de personas, fascinadas (o no) de lo que está ocurriendo, con ese fantástico invento que es el móvil que fotografía instantes he recorrido, durante casi una hora, la ciudad. Me he sentido, un poco, como la turista que el autobús deja en la ciudad un corto lapso de tiempo, corto, como cuando visité Pisa (y allí solo nos dejaron ver la torre). Eso sí, no he hecho cola, y sólo he podido capturar lo que podía, alzando el móvil entre las cabezas de miles de personas que formaban un río de caudal inacabable y las señales que me anunciaban el “aforo de personas completo”. Como en realidad era un divertimento y conozco la ciudad he encontrado los rincones vírgenes, oasis en los que descansar. Para comer, “panades” en Sa Botigueta, una silla de reposo y tranquilidad en su interior (eso es tener amigos).

El sosiego siempre es breve y se ha de continuar, así que cámara (móvil) en mano he seguido hasta llegar a las calles que se acercan a mi punto de destino. Dije que era “Temps de Flors” pero no siempre son flores lo que te encuentras, vestir la ciudad de flores seria casi una misión imposible. Así que las personas que vienen a ver flores, siempre se encuentran con alguna sorpresa, por el mayor o menor acierto en la decoración, intervención, instalación, vamos que puede que no encuentren ni una. La mía, la sorpresa de hoy me ha hecho reír mucho, por el antagonismo (o no) de la composición, los materiales, la colocación en el espacio, las preguntas de las personas de mi alrededor, su todo. Después de la última visita en esa hora, de reír, yo sola (no sé si en alto) un buen rato he enfilado hacia las alturas para volver al trabajo.

Eso sí, me he permitido volver, esta vez con la calma del paseo, ha capturar lo que realmente me había fascinado del itinerario inicial. Las fotografías no son de calidad, es un móvil, pero el recuerdo sí que está, el souvenir del TdF2015 ha quedado fijado.

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flor de invierno

No sé muy bien si es por qué intuye la llegada de la primavera, o simplemente le gusta florecer en invierno. Llevo observando su transformación hace ya unos cuantos días, puede que tres semanas. Lentamente del casi-blanco al verde, del verde al naranja. Lentamente de la pequeñísima forma que sólo se intuye a la explosión de la complejidad. La Clívia ha florecido. Es indudable, los colores empiezan a inundar la habitación y parece como si, por un instante, a pesar de la idea gris y nublada del invierno, del frío y la calefacción, todo, absolutamente todo, ríe. Yo, por supuesto, río con el todo, como no dejarse llevar por la cordialidad con que acoge mis torpes mañas de jardinera, aprendidas, tan lenta como ella, con un pequeño brote abandonado en los despojos de otro invierno. Es bien cierto que en cinco inviernos se aprende mucho, de la espera, de los mimos imprescindibles, de las certezas que te explican, de las proporciones que te envuelven, de la mirada abierta, como sus flores. De como, hasta en invierno, queda tiempo para la sonrisa.

Noviembre dulce

Noviembre, por alguna misteriosa razón, siempre ha sido extraño. El color rojo, siempre ha pintado los pétalos por donde camino y aparece Bérgamo y todos los lugares que se pintan de rojo. El agua, convertida en gotas doradas, deja algo más que lluvia a su paso, abre compuertas y cierra heridas. Noviembre siempre ha dejado en su devenir un desagarro, una oquedad, desazones y una señal para recorrer en geografías futuras. Noviembre era una maleta, una mapa que recorrer, un galopar en la huída sin mirar atrás. Un no me mires, así, fijamente, invitándome a la ausencia.

Noviembre es singular.

Este año noviembre ha sido extraño, una vez más, en la sorpresa de su dulzura y tranquilidad, en su invitación a permanecer, a residir cada uno de sus días. Este año he descubierto que hay plantas que pueden florecer en su regazo, pero no cualquier planta, no… la planta que se asemejaba al desierto, la inhóspita, la áspera, la que no te esperas que explote en formas redondas y colores de primavera. Aquella que te susurra al oído alborozados ensalmos, que ríe, sonríe y te calma.

Abro la maleta, guardo los ensalmos, las risas, la calma, la dulzura y un mapa, esperando deseosa el próximo invierno.

 

 

La flor que invita a huir

Contenida largamente en la sala de espera, susurro letanías de huída, trazo vectores y deseo. Fugitiva de la desmemoria y del tiempo en blanco y negro, observo la línea que me lleva hacía ti, nómada siempre. Un súbito e irrefrenable arrebato me invita a a fugarme entre los vórtices y los vértices de la cuadriforme rutina. Céfiro sopla vientos de primavera y la flor que exhorta a la partida… estalla.