Deseos, espacios ilimitados del ser. Rincones ignotos de geografías absolutas. Mónadas deambulando en un mar de lindes, trazas y señales confinadas en ese rojo siempre perpetuo. El Corinto, el de la grana que brota cuando Céfiro exhala las brisas suaves que manifiestan que algo va a florecer. Mientras observo a Noto, – el que sopla los vientos del otoño, el viento del sur, aquel que nos acerca las tormentas-, esbozo el mapa de anhelos, el itinerario de senderos, la fina línea que me separa del color de la cosecha. ¿En que luna estoy? ¿Espero?. Sí. El momento preciso.
Escudriño el instante indispensable para marcar el recorrido. Ese. Sí, ese amanecer en que decides sujetar el grafito esmeralda con la presión exacta y delinear los contornos. Las estructuras algebraicas, que no entiendes, se acercan a saludar, los vectores se disparan hacía todas las direcciones y te ríes. Como puede ser que, aunque sólo ansiabas desear, hayas llegado a las matemáticas que todo lo explican y que jamás podrás entender. Todo queda detenido. Es el momento preciso.