El año pasado, después de algunos años, fue un noviembre dulce. Este año, ni le he visto, no sé… he olvidado las maletas y las aristas de fuga. Quizás sea que estoy en escapada, mirando directamente a la línea de costa, a las geografías que llevan a quien sabe donde, a los mapas por dibujar. El cambio siempre ha sido un cambalache de emociones, un pretexto para soñar, un argumento para vivir. Crisálida que rasga los hilos que la envuelven, una y otra vez, a la espera de las alas de formas y colores brillantes, contrastados, potentes. La mudanza siempre es esa posibilidad de sentir la poesía del batir de alas, suave, lenta y delicada que te encamina, mientras a tu alrededor las plantas, los muebles y la regadora te sonríen en complicidad.