Entre blanco y azulado

Se enciende el hilo invisible que conduce conversaciones. ¿Quién ha marcado? Concatenas ideas en ese color fluorescente, entre blanco y azulado. Es una convocatoria a la deriva del pensamiento y sigues el itinerario. Era casi luna llena, una tarde, hacía calor y vestías de rojo. Siempre vistes de rojo ante la disposición de un mapa. Avivas latitudes y meridianos, haces cuentas y cuentas segundos, enumeras marcas, señales y trazas del intervalo que te separa de la palabra. Los términos para nombrar no son del todo exactos en el titubeo entrecortado e intentas inventar un nuevo idioma que te sitúe entre la hebra azulada y el infinito que te desmonta. Enhebras delicadamente, hilvanas anhelos, zurces fantasías y ribeteas con palabras almibaradas trenzando las medidas de esa fórmula de una matemática inexacta. Sí, lo disparatado puede producirse en cualquier momento y es difícil de representar en el mapa que te conduce. Vuelvo al hilo entre blanco y azulado.

En silenci

El color omple l’habitació del diumenge i el temps somriu detingut. Delicades formes es desperesen en una giravolta quasi imperceptible a la mirada. A poc a poc, delicadament, com si res no passés s’alcen en una dansa que compassa signes i presents. S’acomiaden de la fredor, del moment fugitiu, dels dubtes hivernals que tot ho glacen. Sí, és un comiat, un adéu als grisos que emmascaren els somnis de l’esborrany de l’itinerari. El rubor de la llum tenyeix de carmí la pell vaporosa i subtil que les envolta i mil primaveres reciten versos de lloances recòndites que inciten a l’acaronament del llampec fugisser. Aquest instant infinit et recorda alguna cosa i et parla del que és imperceptible però és, sense paraules, sense sons, sense rebombori, en silenci, únicament amb l’encís de l’esguard.

Magentas que cruzan espacios

Esferas algodonadas de un radiante magenta invaden lentamente los espacios habitados. Derivar, a veces, es fácil y escribo el término magenta en el traductor, como para saber, sólo para saber. Descubro que no tiene traducción en otros idiomas cercanos, magenta siempre es magenta. Ya estoy fascinada. En ese breve tecleo, me seduce saber que no hay traducción y un porqué se cruza en mi camino. ¿Cúal es su origen? ¿Quién nombró al magenta? Es un color primario en las teorías del color que aprendí hace algunos años. Leo que el término nace de una batalla, en Italia. Y que anteriormente era conocido como «fucsina» por su descubridor. ¿Se pueden descubrir los colores?¿Qué se ha descubierto? Quizás, la fórmula que lo explica. ¿Pero, qué fórmula explica a las esferas que, a veces, se cuelan por debajo de la puerta? Que revolotean a tu alrededor invitándote al hechizo, que te cautivan, prenden y liberan a la vez. Que te susurran sueños, fantasías y anhelos para descubrir. Definitivamente magenta es el color. Aunque, a veces, derivar no es fácil.

No sé si me recuerdas

Cruzo el horizonte de los sentidos y los instantes se detienen en ese espacio sin tiempo. Una melodía de fondo entona “La ci darem la mano” y en el primer acorde estoy entre los matices del blanco algodonado. El intervalo camina al revés, me acompaso suavemente al ritmo y desaparezco entre dos raíles. Ausentada tras la arista, considero quimeras extrañas, símbolos y signos que recorren bóvedas en construcción. Navego, cruzo, vuelo y rompo, en tres pedazos exactos, los pretéritos vetustos y anquilosados en mi ser. Como me gusta deambular, pasear, caminar errática por lindes y horizontes por descubrir. Ya no queda nada a lo que aferrarse, he soltado amarras y me embarco asida en el mapa de tu mirada. No sé si me recuerdas. Por si te has olvidado, has de seguir el camino inverso. El reverso siempre te acerca a confines difíciles de esbozar en un solo trazo. Giro, cruzo, revoloteo, salto y, en una pirueta me vuelvo a situar en el hilo rojo que siempre me conduce a ti y sobre el que deambulo suavemente.

Mapas y presagios

Pliegue a pliegue descubro el mapa de los presagios. Dieciséis líneas se cruzan entre los páramos del papel y las resigo suavemente con las yemas acariciando texturas infinitas. Como sin querer, me he perdido en un bosque espeso, entre perplejidades, incertidumbres y anhelos.

¿Cómo he llegado hasta aquí?

Contemplo todos los verdes posibles que se descubren a mi paso, aunque sigo inmóvil, clavada en ese espacio minúsculo que me separa de ti. ¿Quizás olvidé tu rostro? ¿O ni siquiera lo conozco? Dejo de preguntar para seguir habitando la oquedad y pliego a pliego cerrar el mapa. Escribo enigmas con tinta azulada y lo guardo en el tercer cajón de mis bagajes. Quizás, cuando lo descubras, tan sólo indique una dirección.

Entre cifras

Pienso en cómo despedir el año. Siempre me ha gustado ese pequeño lapso que separa dos cifras. Es un momento preciso. Quizás sea “el” momento preciso. No cualquier instante, sino aquel en el que podemos garabatear las grafías, los deseos, los anhelos, las pasiones, los nervios, las risas, los sueños, las promesas, los porvenires y todo aquello que se instalará en ese hilo rojo sobre el que deambularás.
El nuevo año siempre se pinta del rojo que incita a desbordar cifras, instantes y somnolencias. Se acomoda en el porvenir abiertamente, en la ilusión de tu sonrisa, en el aire que entra por la ventana abierta de par en par.

Abro la ventana, barro los instantes perdidos, dejo un hueco. Sí, ese es el vacío que has de ocupar para abarrotarlo de ternura, delicadeza y mimos tan suaves y frágiles que confeccionaran el mapa en el que caminaré suavemente de tu mano.

Dieciséis centímetros

Líneas en perpetua transformación cruzan el horizonte de mis sueños. Se van tornasolando en el atardecer de las estaciones hacía todas las direcciones posibles. Cruzan espacios innominados. ¿Cuantas dudas me separan de ti? ¿Se pueden medir las dudas? Quizá puedan mesurarse en un palmo de mis fantasías. No pueden medir más de 16 cm. Dieciséis centímetros conteniendo un horizonte innominado de titubeos. Que bonita es la palabra titubear, como una danza que oscila y te deja perpleja ante su sola pronunciación.

Titubeo mientras me sitúo en el hilo rojo que me lleva a la metamorfosis de mi misma. Titubeo suavemente ante el confín de las quimeras. Sigo caminando y recitando titubeos para cruzar la línea del horizonte de dudas que me separan de ti.

Has dejado de ser

Miro en un sinfín que me sitúa a 90º y 50 cm del suelo. El tiempo pasa, pero los segundos están detenidos. Los esbozos se suceden, sosegadamente oscilan, agitan, inquietan, trastornan y ríen. Las palabras rebosan y se van colocando en rincones, dispuestas a invadir todos los recovecos que han dejado libres.

El tiempo pasa y los segundos se avecinan. Suenan los acordes: un, dos, tres. Te sitúas entonces con todas las medidas de tu cuerpo en perpendicular. Caminas. Es un momento preciso. Y oyes tu voz nombrando aquellas palabras escritas, las que leíste por primera vez en un día de invierno, las que fueron tomando significados para ser significadas. Has dejado de ser.

En un lapso de tiempo incalculable respiras con otro carácter, una existencia de 25 minutos en unos metros cuadrados. Y ríes, te enamoras, luchas, juegas y te duelen todos los golpes del mundo para volver a reír y enamorarte y no dejar de combatir. Respiras. Cierras los ojos, se oscurecen los metros cuadrados y sin saber como, las medidas, los centímetros, la totalidad del no-ser adquiere un significado y un significante.

Brumas de octubre

¿Cuantos centímetros me separan del tiempo en que perdí la referencia? La pregunta puede que no tenga respuesta, e incluso puede que no tenga principio, ni fin, por supuesto. Siempre hay algo mensurable en los espacios que recorremos, esos difíciles de aprehender, sí, esos que se escriben con h. Los espacios oníricos que aprendimos a habitar, sin pretenderlo, sin percibir ni intuir que solo eran neblinas cicatrizadas ignotas. Brumas que intentamos capturar para colocarlas en el cajón correcto. Ese que todo lo explica y que, sin embargo, una vez abierto está vacío.

Se escapan las brumas por las grietas de la imperfección que me define.

¿Dónde están las ciencias exactas que todo lo explican?

Me pregunto mientras mis sentidos agarran con fuerza el pomo de la luna llena. La que mueve mareas, hace crecer las plantas y sana con su fértil circunferencia cualquier prejuicio pasado. No hay centímetros, no quedan referencias, el tiempo se diluye y un destello emerge.

En tu mapa

Camino lentamente sobre el hilo, deambulo acariciando entre los deslices del otoño su suave textura. El filamento blanco comienza a danzar y no me queda más remedio que seguir los compases que marca. ¿Trenzamos sueños? Entretejidos fugaces, coreografías infinitas tañen el bermejo ovillo. Sí, aquel que quedó prendido del pretérito esperando la cosecha. El pálido danzarín se detiene un instante, sólo un instante alejado del tiempo, de pretéritos, de presentes y de porvenires. Sólo un instante, alejada del tiempo. En letargo, como hibernando entre el níveo y el púrpura, detenida. Un firmamento de magentas me circundan, entre el cristalino y el rubí, toda la gama rosácea se acerca exaltada en un sola pirueta. Perfecta. Absoluta. Río en ese instante detenido. Debo seguir danzando entre hilos, entre las formas que nos separan, entre los delirios que unen, en un mapa, en tu mapa.