Pienso en cómo despedir el año. Siempre me ha gustado ese pequeño lapso que separa dos cifras. Es un momento preciso. Quizás sea “el” momento preciso. No cualquier instante, sino aquel en el que podemos garabatear las grafías, los deseos, los anhelos, las pasiones, los nervios, las risas, los sueños, las promesas, los porvenires y todo aquello que se instalará en ese hilo rojo sobre el que deambularás.
El nuevo año siempre se pinta del rojo que incita a desbordar cifras, instantes y somnolencias. Se acomoda en el porvenir abiertamente, en la ilusión de tu sonrisa, en el aire que entra por la ventana abierta de par en par.
Abro la ventana, barro los instantes perdidos, dejo un hueco. Sí, ese es el vacío que has de ocupar para abarrotarlo de ternura, delicadeza y mimos tan suaves y frágiles que confeccionaran el mapa en el que caminaré suavemente de tu mano.