El camino a transitar se dibuja entre el alfabeto que, a veces, te explica. Estás entre el áureo color que ha germinado, en ese airecillo que exhala alientos y susurros dóciles.
No siempre es así.
En algún ciclo te encuentras entre las líneas de una estructura desequilibrada y frágil. Caminas de puntillas y, detenidamente, observas el desgarro. El vacío.
Casi sin variabilidad, constantemente, hay una oquedad entre la fulgencia. Ese blanco aterrador y alentador. A la vez, sin medida. ¿Era blanco o negro?
Intentas contar los centímetros, las proporciones necesarias para dar el salto. Las precisas. Esas y no otras. Calculas, numeras y detallas la exactitud anotando todas las cifras e instantes en la libreta que te explica. No sabes si te van a salir las cuentas y esperas.
Una vez más.
Detenida entre la desgarrada línea y el punto porvenir.
En ese instante te rompes y te deshaces entre miles de prórrogas.
Dejas de ser entre las palabras que forman un cúmulo desbarajado, sin orden ni concierto. Navegas entre el blanco y el negro.
Cruzas la línea del horizonte y percibes al fondo del blanco absoluto una primera nota…
Un paso.
Céfiro te sopla al oído.
Sonríes.
¿Saltas?