No recuerdo ni cuando ni donde empezó mi viaje, pero situada en el umbral del sueño, observo la estación, me suspendo en cada detalle. Aunque parezca increíble estoy en Tokyo. ¿Cómo recordar el inicio?. Sí, allá estoy, rodeada de personas que ni me miran y con dos compañeros de viaje. Sólo sé que tengo que tomar el tren, nos vamos. El tren inicia su camino. ¡Corre!, corre que lo pierdes. Es un instante, miro hacía abajo, está en marcha. Tendría que subir, dar un paso. En esa urgencia, tomo la decisión de dejarlo partir. Me quedo sola en la estación, entre los desconocidos que no me miran y con una dulce sensación. Camino. Me voy de la terminal, mis pasos se dirigen hacía la ciudad que he decidido habitar por un lapso ilimitado. Una ciudad extraña donde nadie parece comprender mis palabras. No son necesarias. Miro y me miran, palpo, acaricio y utilizo el lenguaje de la piel. En el transcurso aprendo a escuchar el leve roce corpóreo que me acerca a ti. Unas horas de paseo más y el lenguaje aprendido revive en mi. Llevaba años enterrado en la caja del descuido. La voz, un poco temblorosa, onírica todavía, conversa en francés y despierta a tu lado. Ahora puedo continuar mi viaje y me llevas a tomar el próximo tren. No tengo que correr, no tengo que entrar por la ventana del techo, la puerta se abre y yo entro.