Esperando el eclipse, ese preciso momento en que el compás del tiempo juega con la luz. Es un intervalo de tiempo extraño, detenido. Un periodo de espera. Esperas que la luna nueva, la que no podemos ver, decline el destello de los cálculos y fórmulas del día a día, de esos minutos en que todo se sucede rigurosamente. Uno tras otro. Esperas la curva, el alabeo necesario para que tu mundo respire. Necesitas ese pequeño giro que orienta a tus sentidos hacía lo desconocido, te gusta lo singular, lo ignorado, lo escondido. Te gusta desvelar. Descubrir aquello que no puedes instalar en las esquinas de la cotidianidad. Sabes de la elipse, la has estudiado, dibujado y te has adentrado en sus formas circulares. Juegas en los movimientos. Inmersión y expulsión. Transitas entre la forma infinita y esperas el eclipse que alabeará esos bordes que encierran el placer de la maravilla porvenir, la que lo revuelve todo.