Miras detenidamente la frontera. Observas cómo las vías se dirigen hacía un fondo que se pierde en el horizonte, el hierro se arquea reduciéndose hasta convertirse en algo imperceptible. Desaparece hacía el interior de una concavidad desconocida. Has podido ver – hace escasas horas – el paraje donde llegan los rieles, donde el hierro se vuelve a doblegar, una y otra vez. Es un lugar un tanto extraño. Es entonces cuando puedes ver como las palabras viajan por el hierro oxidado, jugando a crear formas imposibles, mensajes que susurran gritos de guerra y paz, palabras redondeadas, punzantes, seductoras, en una amalgama de términos con los que nombrar. ¿Dónde nacen las palabras?. Miras la luz de la estación apagada y cruzas el lindar que separa las palabras del silencio. Sabes que has creado las formas imposibles que seguirán susurrando entre los hierros doblegados palabras de guerra y paz. Cruzas la frontera. Nunca será un adiós.