Compré dos tallos de bambú para situarlos al sudoeste de mis anhelos. Entrecruzados comparten el agua que les nutre, y crecen, muy detenidamente, solo perceptible a los tiempos de la mirada. De vez en cuando observo la fronda verde y la mido en relación a mis sueños. Las fantasías siguen creciendo, sí, el verde es más intenso, sí. Entonces descanso y anoto la verificación en el cuaderno de los deseos. Los tallos de bambú forman parte del paisaje que me acompaña mientras recito los ensalmos del vivir. He de confesar que no son los primeros, otros sucumbieron antes, cayeron entre el ocre que anuncia que algo se acaba. Creo que les faltó el agua cristalina, la mirada constante, el mimo necesario para que las raíces se enredasen en chácharas divertidas, en formas imposibles de separar. Sí enredarse complica, a veces, sólo a veces. Se revuelve todo y lo hace indescifrable. Las cifras y los instantes juegan a la interpretación y definen nuevas rutas. Los indicios te envuelven y te acarician suavemente para invitarte a dibujar en la cuartilla sus formas imposibles. Y empiezas a trazar, juegas a diseñar el espacio compartido y el verde emerge de entre las brumas.