No veías amapolas, y las echabas de menos. ¿No era en abril? Transitas el itinerario contemplando los límites desiertos de tu cuerpo. Conduces guiada por los márgenes y atraviesas el alba de un verde páramo. Cada día formulas la misma pregunta. ¿No han notado el soplo fructífero de Céfiro? ¿Dónde está el rojo que encarna las quimeras imposibles?
Un recuerdo te lleva a los campos de amapolas de tu infancia y evocas el momento preciso de un entretiempo. Estás situada a campo abierto, te rodean cientos de ellas. Sonríes. Contemplas la visión a tu alrededor. Sus ligeros pétalos danzan con la fina brisa y puedes ver su fragilidad. Sí, es delicada, ella lo sabe y en los inviernos una piel áspera la cubre y protege. Pero llega Céfiro y éste siempre le despierta la curiosidad, sin poderlo evitar como una crisálida rasga y rompe el baluarte.
Emerge.
El maravilloso espectáculo de la coreografía escarlata te invita a unirte y bailas entre la primavera a descubrir. Sí, llega mayo, el mes en el que puedes hallar, entre los límites de la calzada, el rojo deseado.
¿Emerges?