Sesenta días después buscabas la calma en la que se escriben las palabras. Te situaste entremedio del mar de blancos en el que has navegado. Entre la tripulación que ha guiado la nave hacía el norte y con la que has trazado los mapas de navegación. Y te sentiste afortunada. No recuerdas todos los términos que utilizaste para describir esos sesenta días, se han borrado del disco duro que todo lo archiva. Seguro que danzabas entre los miles de colores níveos, sonreías, trazabas mapas y recitabas ensalmos. Siempre lo haces. Guardas los instantes bellos que te sitúan y te explican entre los cajones de ese caos de ensueños por vivir. Vives.
Ha pasado el verano, con la luna llena has abierto puertas y ventanas. Por ellas han cruzado miles de deseos, venturas, augurios y risas que se han fijado entre las cuatro paredes blancas. Todas ellas bailaban alegres.
Hoy al cruzar el umbral las has percibido, cada una de esas las partículas reposan ahora. Has atravesado el umbral ambarino.
Te has situado.
Estás en tu mapa.