Calígine

Paseo entre los blancos del confín prodigioso. En equilibrio. Me siento acróbata entre todas las tonalidades. Entre el encuadre de una luz que desvela y adormece. A la vez. En el vaivén descubro una nueva palabra: calígine. Un bonito término que te sitúa entre la niebla y la ignorancia. En un estado primigenio. Y sí, desconoces multitud de elementos, aunque zurces, hilvanas e intentas pespuntear líneas entre los níveos desvelos de tu ser. Perteneces a una condición que te lleva a desaprender caminos sabidos. Nunca lo has podido evitar. Te gusta el desvelo. Te gustan las brumas y el caos que contienen. Te gusta clasificar, ordenar, desglosar, analizar para poder perderte nuevamente una vez más. Por eso te cautiva el caos. No obtener nada, dejarlo ir. Te volveré a encontrar, pienso, entre la distancia exacta que te separa de mí.

Te encuentras en ese momento exacto y preciso en el que sonríes. Recuerdas el hilo de una conversación. El vaivén. Las latitudes y longitudes de tu naturaleza que, a veces, no se pueden medir. No siempre se trata de ser, en ocasiones sólo se trata de estar. Mirando en derredor, permanecer. Quieta. Habitando las brumas blancas de un febrero que se eclipsa, una y otra vez. Miras el pomo. Abro la puerta. Por un instante vuelvo a calígine para conocer tu infinito. ¿Es el mío?