Vientos suaves que susurran

Camino en el mes que anuncia, entre signos inequívocos, la llegada de la primavera. Emparejada con el mar se siente más cercana, el silencio habitual del alba queda roto por el gorgoteo feliz de las aves que habitan a pocos metros de mi almohada. Me despiertan y sonrío. Me gusta oírlas. Todavía no ha cambiado la hora y son las siete cuando deberían ser las seis. Sí, madrugan mucho para ofrecer el canto primaveral que despierta a céfiro de su sueño. Salgo al jardín y sé que algo está cambiando, cada una a su manera se prepara, la hortensia me muestra que el invierno se está quedando atrás. El verde calmo me invita a pasear entre los brotes minúsculos de un porvenir. La veo desde la ventana donde cocino, Cada día, de puntillas, fisgo un poco. A veces, parece que nunca finaliza el invierno. Pero llega el día. Y te ofrece la promesa del reverdecer. No sabes si este año florecerá. Pero has estado tan preocupada por los brotes secos de bóreas que no te importa, sabes que ha sobrevivido al frío gélido que a veces te nubla.

De vez en cuando llego a olvidar la brisa cálida del viento del oeste. El viento griego que trae la promesa. El más suave, el que me susurra al oído y me muestra veredas vírgenes que no conocía. La luz emerge dorada y miro maravillada el espectáculo. Estoy sentada en la media tarde de un día de marzo. Camino unos pocos pasos y el arco iris se dibuja entre los edificios. Sonrío. Siempre me pareció mágico. Llego a casa y las ranas, sí, las ranas situadas al sur, croan. Me gusta oírlas en el fondo de un paisaje que desconozco. Me acompañan acompasando mis pasos hacia la puerta. Abro a la primavera y deseo tu llegada.