Despierto por la mañana y no te encuentro escondido en la rendija azul del mediodía. ¿Te habrás ido? Extrañada recorro los espacios donde habitualmente juegas a velarte. Los signos son débiles y me conducen cada vez más lejos. Sigo caminando empeñada en acertar con la clave que me oriente, pero las huellas se van borrando a mi alrededor. No hay nada tangible que me conforte, nada a lo que aferrarme, nada que pueda tentar, acariciar, tañer, rozar, rasgar o asir firmemente. Los sostenes se han convertido en humo desarticulado, en partículas casi invisibles que se evaporan, una a una, una a una. Sentada en blanco reconstruyo desde la nada infinita que me envuelve, reclamando en clamor sin afinar. Paro de caminar y desde el asiento del quejido sordo recorro ahora cercos no (re)conocidos, no proyectados, sin formas definidas y te veo a lo lejos. Tampoco tienes forma, te has convertido en partícula sin denominación. Y en la pregunta se detiene un mundo ¿Cómo llamarte? Sin repuesta posible o sin la posible respuesta mis caos habituales se convierten en orden, en un orden deshilachado de la memoria rasgada. Céfiro sopla y trazo a trazo, la rendija azul se convierte en guarida secreta de vorágines imaginadas.