De medidas y abismos

Hace días que trato de dibujar un abismo.

Un primer intento. Mesuro su magnitud. Pacientemente traspaso las cifras. Me faltan medidas. Debido a la imperfección que me caracteriza y le caracteriza no tuve en cuenta alguna singularidad. Es demasiado grande para el espacio que ocupa en la realidad del día a día. Sé que no es un precipicio insondable.

Confecciono un cartón medidor de abismos.

Vuelvo a situarme en el filo que lo separa de esa cuadratura imperfecta, gris y ordenada. Reitero los movimientos. Son más precisos. Utilizo la repetición. Cada veinticinco centímetros, coloco mi pauta, mesuro y anoto. Llego a los seis metros con treinta y seis centímetros por los cuales se desenvuelve tranquilo.

Un segundo intento. Transfiero nuevamente los números. Contemplo las proporciones que de forma binaria acomodan perfiles de pretéritos y porvenires. Enumero milímetros, centímetros y metros.

¿Cuántos milímetros son veinticinco centímetros?

Añado y resto ceros. Una y otra vez, en todas las cifras del dibujo trazado. Trato de hallar la fórmula que me lleve a alzar la profundidad exacta entre las desviaciones e irregularidades de esa oquedad que ocupa el espacio. Finalmente, después de muchas horas de cálculos en apariencia inexactos allí está, sonriendo, mínimo y minúsculo.

Me sitúo sobre la arista imperfecta, lo observo y me separo pausadamente, cada veinticinco centímetros vigilo la distancia y camino por la perpendicular de los metros, los centímetros y los milímetros que me separan de él.

Desaparece.

¿Me salvo?