Febrero

Ha llegado febrero, ese mes entre el invierno y la primavera. Me sitúo en el meridiano, en el mediodía de las cosas porvenir y las pretéritas. En el linde en el cual puede todo puede acontecer. Podría ser de otra manera, pero estoy tranquila situada en ese hilo fino que me separa de céfiro y de bóreas. Recorro la hebra de color nacarado, diviso los perfiles del horizonte, a uno y otro lado. Respiro. Vuelvo a caminar sonriendo a las formas que se dibujan en el horizonte, en uno y otro lado. La abstracción se prolonga entre formas magentas y azules. ¿No era noviembre el mes extraño? No hay nada fuera de lo común, ni tampoco ninguna sorpresa y sin embargo te lo preguntas. Quizá es el primer febrero en que te miras caminando por un hilo nacarado y eso te sorprende. Busco en el diccionario etimológico: «februo» -purificar-. Justo en ese instante se dibuja una sonrisa en mi rostro. No puedo parar y descubro que purificar es un término complejo y se sitúa entre la pureza del fuego y la purgación. Según criterios. Febrero era, en Roma, con todo lo que puede comportar, el Festival de la Purificación. Río y enciendo la mecha.