Pliegues blancos

textura m

Descansan tus pestañas apoyadas en mi almohada y te observo mientras duermes. Alegremente transito entre las horas, que desde tu llegada se han instalado en casa. No transcurren los minutos, capturados por tu sonrisa nos contemplan quietos, atentos, con el leve rubor de la extrañeza. No esperaban tu entrada y, como yo, han sido sorprendidos en la medianoche de los sueños. El tiempo ha quedado detenido, suspendido en la burbuja, recogido entre los pliegues del blanco que nos acoge un día más.

Emerges

menade

Ciclos de repetición. Sigue siendo ese noviembre extraño que me interpela en signos, como descuidados, como aquella persona que te mira de reojo, que te mira, aunque sea sólo por qué no hay nadie más a quien mirar. Estás despoblada en el corazón del mar. No es brava, pero te encuentras en esa agua convertida en magma y sientes un calor devorador que te incita al apocalipsis de ti misma. Te invita a abrir una puerta, a cruzar ese umbral, a creer en la línea que te separa de aquello que desconoces y, sin embargo, sabes tan cercano a ti. Casi puedes dibujar la geometría encerrada entre sus paredes, casi puedes sentir su textura, ver su color y, en ese casi, se escapa un aliento observando el magma espeso. Estás sola en medio de la mar, conduciendo el barco que te lleva al mes insólito, sorprendente, en el que desconoces signos, interpelas espacios, creas líneas y vistes de un rojo espeso entre la nada rebosante de fórmulas matemáticas cuyo infinito te desmonta. Miras. Te desvistes de aritméticas, de cálculos, de las ciencias exactas que te explican, dejas de repetirte. Emerges, sobresale la quilla de la nave guía. No ves y, sin embargo, tu desnudez se ha convertido en viento.

Noviembre

Noviembre es extraño. Invariablemente, año tras año, me contempla entre las hojas caídas, fisga entre mis rincones buscando todo aquello que no encuentro. Yo le miro, pretendiendo entender, procurando escapar de su mirada expectante. El color rojo, pintando los pétalos por donde camino. Noviembre es extraño. Sentada, oigo el motor parado, contengo el agua y miro al cielo, como si en ese gesto pudiese evaporar el peso de las arterias que se alarga unos metros al sur. Se mueve, las luces azules anuncian el despegue, se abren pequeñas compuertas que dejan algo más que lluvia en la tierra, que en otoño, se convierte en oro. Hoy soy noviembre.

Yo trajino

Salgo al balcón, el mundo trajina, siempre me ha gustado el término trajinar. Verbo enunciado por mi madre desde mi niñez, ella siempre trajina. Moverse, mover los espacios, de derecha a izquierda, de arriba abajo. Removerlo todo, una y otra vez, hasta mirarlo todo en éxtasis. Era así como tenía que estar. Y en ese estar, miles de mariposas pasan sonriendo a mi alrededor e invaden mis espacios. Entre tanta mudanza, a veces deseo residir en un espacio inmutable, a veces pienso en parar, en quedarme quieta, como esperando que el planeta gire sin mi presencia. Esconderme en ese rincón, de esquinas blancas, aguardando que el tiempo me encierre en su burbuja. Pero.. sé donde están los alfileres, sí, en esa cajita roja. Me acerco lentamente, prendo uno y la burbuja se deshace en millones de gotas de agua que invaden el resguardo y riegan la planta que crece feliz a mi lado, en esa casa donde sé que puedo trajinarlo todo.

Y si me preguntas…

ariadna

Y si me preguntas, quizás no tenga respuesta. ¿Cómo le explico que no pasa nada? Y si me preguntas, puedo responderte que somos cuerpo, inevitablemente, y puede que, además, no haya explicaciones posibles en la ausencia. No razona o, quizás comprende demasiado y no llegamos a entenderlo. Me miro al espejo para cerciorarme de que soy yo. Sí, es evidente que hay unos ojos oscuros que me miran, unos ojos que todavía se sorprenden a sí mismos, de vez en cuando. Soy yo, sí, y por ello sigo intentado encontrar palabras que definan, argumenten, analicen, deduzcan, localicen, posicionen, sitúen inundaciones acuosas en su justa medida. Sí, es un dolor, pero .. no es físico. Otro intento, este visual, el cuerpo fragmentado en piezas, las has ido colocando, pacientemente, las que has encontrado en el camino, las que te ofrecieron generosamente, las que has fabricado con perseverancia, son muchas. Una de las valiosas piezas que te han conformado, la de color, bueno.. no sé, en realidad podría ser de cualquier color, no hacen falta tantos detalles. O sí, la pieza de color sofá, con matices de ese blanco humo. Sí, también tiene algo de rosa cortina, que siempre combina con todo. No sé si también algo del tremendo marrón (en todas sus tonalidades), siempre está presente, aún no sé porqué. La pieza coloreada se deshace y se convierte en hilo, de colores, un hilo que puede estirarse hasta el infinito. Y una mano, que no es mano, lo estira.. empieza el deshilado, paulatino, pausado, la pieza se va deshaciendo y sientes el vacío. ¿Dónde está? Y en tu empeño, sigues la hebra.. miras el hueco, adviertes todo lo que contiene la carencia, el cuerpo tiene memoria. Sigues la hebra.. y todos los colores y las palabras te empiezan a relatar su historia. Los escuchas y por fin ese cuerpo que somos, sonríe. No has perdido nada me digo en ensalmo. Y sientes en tu ombligo, un filamento de colores. Y si me preguntas, sigo sin respuesta… pero seguiré la fibra irisada.

Singular mundo

raiz

H ace algunos años habitaba en una campana de cristal, rígida y frágil. Ya os he hablado alguna vez de mi mundo singular. Aunque no sea siempre el mismo. Mudable, versátil, tornadizo y a veces inestable. Fue y sigue siendo todo un universo. Extraño, misterioso, absurdo. Hoy resigo, bajo la yema, su diferente interior, es de forma esférica, aunque no lo parezca por su nitidez y ductilidad. Ya no es una campana de cristal en la que adormecerse en sordina. Ahora es particularmente maleable, elástico y dócil, singular. Un juego entre lo extraordinario, la soledad y lo raro. Un número gramatical que se comprende en el plural.

Corales verdes

Mi cuerpo casi dormido, indiferenciado de la sábana blanca. Te acercas lentamente, descubriendo cada uno de los parajes del camino. Tus manos deambulan, se acercan y mi piel tiembla trémula bajo las yemas. El roce rugoso desampara años de acopio y la epidermis se derrumba. Siento la desnudez deslizándose entre las quebradizas formas que la envolvían. Desposeída de absurdos ancorajes puedo ausentarme de ti y huir hacía un arrecife de corales verdes. Sí, existen corales verdes en un mundo no tan extraño como pueda parecer. Nadando entre el arrecife me voy despojando de mí misma hasta convertirme en agua.

Hoy, soy agua.

Mundo singular

Penetras en un mundo singular. Es dorado y rojo. Los imperdibles, se convierten en objetos que olvidan su nombre. Hace ya algunos días que jugamos al escondite. Una vez y otra desaparecen por el gusto de ser buscados, se divierten atendiendo a mi voz por toda la casa, haciéndome revisar sus rincones preferidos. El juego acaba justo en el momento en que que perciben las melodías de ensalmo y encantamiento, les hace reír y son descubiertos entre alborotos. Toda la casa se convierte en una explosión de formas y colores que vuelan por la habitación. Hoy, ya no sé como (re)nombrarlos para que se dejen ver una vez más, mi voz ya no les encanta. Definitivamente se han extraviado entre las enaguas de los armarios y las formas de mi hogar. Los innombrables siguen a resguardo y yo, sigo triste con su desaparición. Pero en una vivienda roja y dorada nunca faltan motivos de entusiasmo y apasionamiento. Mi mirada se dirige hacía la izquierda, oigo unas notas que suenan bajo las cuerdas de una guitarra, en sordina… sonrío y la composición en pocas horas está ya conmigo para convertirse en imagen. La ha titulado Depression num. 2. Vaya título para una armonía tan bella. Me gusta imaginar la música en imágenes. Olvidemos los (im)perdibles, realmente vivo en un mundo singular. Incluso el rojo y el dorado se convierten en extrañas combinaciones de color.

El vacío

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He saltado al vacío, la impresión provocada rememora viejos sueños infantiles. No sé porqué pero me divertía caer en la nada, tiraba objetos a un espacio imaginario para poder precipitarme hacia ellos, justificadamente. Años después ya no necesito ninguna excusa, aunque todavía no sé si me sigue divirtiendo de la misma forma. He saltado al vacío y curioseo en derredor, sí, estoy en la medianía de la vorágine, un poco desubicada todavía, me cuesta bastante nadar entre el viento. Creo que estoy poco habituada a no tocar tierra. En realidad poco puedo palpar, todo se desliza suavemente entre mis dedos, entre mi talle, incluso tú, pasas suspirando a pocos centímetros de mí. Leve huella sutil de una quimera en medio de la brisa. Braceo con decisión hacía el norte, siempre imagino mi huída encaminada hacía la aurora. Sentada sobre ella esperas mi retorno, con la paciencia de alguien que sabe dejarme el suficiente oxígeno para bucear entre los ciclones que, de vez en cuando, me envuelven.

Entre el mercurio

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Navego entre nebulosas, a 39 grados y en línea de flotación permanente. El viaje entre el mercurio me oprime y mis movimientos quedan limitados, me he vuelto mínima. Mínimamente, todavía respiro, mientras vivo a cámara lenta y los sonidos reverberan a mí alrededor. No encuentro ninguna salida que me lleve a ti. ¿En que parada me dijiste que te encontrabas? Soy despistada y perdí el mapa, lo siento. Dejo que mi cuerdas vocales marchen haciendo contrapesos por el hilo rojo, tratando de localizarte entre cajas y recuerdos. Entre el gris denso, adormecida y sin voz, sigo tejiendo filamentos nublados, transparentes puentes, oquedades y anhelos.