El momento preciso

Deseos, espacios ilimitados del ser. Rincones ignotos de geografías absolutas. Mónadas deambulando en un mar de lindes, trazas y señales confinadas en ese rojo siempre perpetuo. El Corinto, el de la grana que brota cuando Céfiro exhala las brisas suaves que manifiestan que algo va a florecer. Mientras observo a Noto, – el que sopla los vientos del otoño, el viento del sur, aquel que nos acerca las tormentas-, esbozo el mapa de anhelos, el itinerario de senderos, la fina línea que me separa del color de la cosecha. ¿En que luna estoy? ¿Espero?. Sí. El momento preciso.

Escudriño el instante indispensable para marcar el recorrido. Ese. Sí, ese amanecer en que decides sujetar el grafito esmeralda con la presión exacta y delinear los contornos. Las estructuras algebraicas, que no entiendes, se acercan a saludar, los vectores se disparan hacía todas las direcciones y te ríes. Como puede ser que, aunque sólo ansiabas desear, hayas llegado a las matemáticas que todo lo explican y que jamás podrás entender. Todo queda detenido. Es el momento preciso.

 

Ha pasado noviembre!!

El año pasado, después de algunos años, fue un noviembre dulce. Este año, ni le he visto, no sé… he olvidado las maletas y las aristas de fuga. Quizás sea que estoy en escapada, mirando directamente a la línea de costa, a las geografías que llevan a quien sabe donde, a los mapas por dibujar. El cambio siempre ha sido un cambalache de emociones, un pretexto para soñar, un argumento para vivir. Crisálida que rasga los hilos que la envuelven, una y otra vez, a la espera de las alas de formas y colores brillantes, contrastados, potentes. La mudanza siempre es esa posibilidad de sentir la poesía del batir de alas, suave, lenta y delicada que te encamina, mientras a tu alrededor las plantas, los muebles y la regadora te sonríen en complicidad.

flor de invierno

No sé muy bien si es por qué intuye la llegada de la primavera, o simplemente le gusta florecer en invierno. Llevo observando su transformación hace ya unos cuantos días, puede que tres semanas. Lentamente del casi-blanco al verde, del verde al naranja. Lentamente de la pequeñísima forma que sólo se intuye a la explosión de la complejidad. La Clívia ha florecido. Es indudable, los colores empiezan a inundar la habitación y parece como si, por un instante, a pesar de la idea gris y nublada del invierno, del frío y la calefacción, todo, absolutamente todo, ríe. Yo, por supuesto, río con el todo, como no dejarse llevar por la cordialidad con que acoge mis torpes mañas de jardinera, aprendidas, tan lenta como ella, con un pequeño brote abandonado en los despojos de otro invierno. Es bien cierto que en cinco inviernos se aprende mucho, de la espera, de los mimos imprescindibles, de las certezas que te explican, de las proporciones que te envuelven, de la mirada abierta, como sus flores. De como, hasta en invierno, queda tiempo para la sonrisa.

Noviembre dulce

Noviembre, por alguna misteriosa razón, siempre ha sido extraño. El color rojo, siempre ha pintado los pétalos por donde camino y aparece Bérgamo y todos los lugares que se pintan de rojo. El agua, convertida en gotas doradas, deja algo más que lluvia a su paso, abre compuertas y cierra heridas. Noviembre siempre ha dejado en su devenir un desagarro, una oquedad, desazones y una señal para recorrer en geografías futuras. Noviembre era una maleta, una mapa que recorrer, un galopar en la huída sin mirar atrás. Un no me mires, así, fijamente, invitándome a la ausencia.

Noviembre es singular.

Este año noviembre ha sido extraño, una vez más, en la sorpresa de su dulzura y tranquilidad, en su invitación a permanecer, a residir cada uno de sus días. Este año he descubierto que hay plantas que pueden florecer en su regazo, pero no cualquier planta, no… la planta que se asemejaba al desierto, la inhóspita, la áspera, la que no te esperas que explote en formas redondas y colores de primavera. Aquella que te susurra al oído alborozados ensalmos, que ríe, sonríe y te calma.

Abro la maleta, guardo los ensalmos, las risas, la calma, la dulzura y un mapa, esperando deseosa el próximo invierno.

 

 

La flor que invita a huir

Contenida largamente en la sala de espera, susurro letanías de huída, trazo vectores y deseo. Fugitiva de la desmemoria y del tiempo en blanco y negro, observo la línea que me lleva hacía ti, nómada siempre. Un súbito e irrefrenable arrebato me invita a a fugarme entre los vórtices y los vértices de la cuadriforme rutina. Céfiro sopla vientos de primavera y la flor que exhorta a la partida… estalla.

Todo son flores a mi alrededor

floresenmivida

Es mi cumpleaños y la casa se llena de flores, como si de un signo se tratara todo va brotando a mi alrededor. Con la mirada cegada en negro me dejo llevar de las manos, recorro un tiempo oscuro, un espacio imaginado y me conducen hacia el calor de un hogar que se llena de risas, afecto y sorpresa. Tengo 40 años, una casa que me acoge y sonríe cuando llego, las plantas que crecen felices; los pinceles que relajadamente se han instalado en el comedor; hojas en blanco deseosas de escribir; una cámara que captura imágenes y se entiende con un ordenador para narrar historias; unas cuantas propuestas, proyectos e ideas, decentes e indecentes, que salen por la puerta abierta para recorrer espacios y personas. Todo a punto en la maleta para iniciar una nueva década. Bienvenida.

Singular mundo

raiz

H ace algunos años habitaba en una campana de cristal, rígida y frágil. Ya os he hablado alguna vez de mi mundo singular. Aunque no sea siempre el mismo. Mudable, versátil, tornadizo y a veces inestable. Fue y sigue siendo todo un universo. Extraño, misterioso, absurdo. Hoy resigo, bajo la yema, su diferente interior, es de forma esférica, aunque no lo parezca por su nitidez y ductilidad. Ya no es una campana de cristal en la que adormecerse en sordina. Ahora es particularmente maleable, elástico y dócil, singular. Un juego entre lo extraordinario, la soledad y lo raro. Un número gramatical que se comprende en el plural.

Corales verdes

Mi cuerpo casi dormido, indiferenciado de la sábana blanca. Te acercas lentamente, descubriendo cada uno de los parajes del camino. Tus manos deambulan, se acercan y mi piel tiembla trémula bajo las yemas. El roce rugoso desampara años de acopio y la epidermis se derrumba. Siento la desnudez deslizándose entre las quebradizas formas que la envolvían. Desposeída de absurdos ancorajes puedo ausentarme de ti y huir hacía un arrecife de corales verdes. Sí, existen corales verdes en un mundo no tan extraño como pueda parecer. Nadando entre el arrecife me voy despojando de mí misma hasta convertirme en agua.

Hoy, soy agua.

Mundo singular

Penetras en un mundo singular. Es dorado y rojo. Los imperdibles, se convierten en objetos que olvidan su nombre. Hace ya algunos días que jugamos al escondite. Una vez y otra desaparecen por el gusto de ser buscados, se divierten atendiendo a mi voz por toda la casa, haciéndome revisar sus rincones preferidos. El juego acaba justo en el momento en que que perciben las melodías de ensalmo y encantamiento, les hace reír y son descubiertos entre alborotos. Toda la casa se convierte en una explosión de formas y colores que vuelan por la habitación. Hoy, ya no sé como (re)nombrarlos para que se dejen ver una vez más, mi voz ya no les encanta. Definitivamente se han extraviado entre las enaguas de los armarios y las formas de mi hogar. Los innombrables siguen a resguardo y yo, sigo triste con su desaparición. Pero en una vivienda roja y dorada nunca faltan motivos de entusiasmo y apasionamiento. Mi mirada se dirige hacía la izquierda, oigo unas notas que suenan bajo las cuerdas de una guitarra, en sordina… sonrío y la composición en pocas horas está ya conmigo para convertirse en imagen. La ha titulado Depression num. 2. Vaya título para una armonía tan bella. Me gusta imaginar la música en imágenes. Olvidemos los (im)perdibles, realmente vivo en un mundo singular. Incluso el rojo y el dorado se convierten en extrañas combinaciones de color.

El vacío

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He saltado al vacío, la impresión provocada rememora viejos sueños infantiles. No sé porqué pero me divertía caer en la nada, tiraba objetos a un espacio imaginario para poder precipitarme hacia ellos, justificadamente. Años después ya no necesito ninguna excusa, aunque todavía no sé si me sigue divirtiendo de la misma forma. He saltado al vacío y curioseo en derredor, sí, estoy en la medianía de la vorágine, un poco desubicada todavía, me cuesta bastante nadar entre el viento. Creo que estoy poco habituada a no tocar tierra. En realidad poco puedo palpar, todo se desliza suavemente entre mis dedos, entre mi talle, incluso tú, pasas suspirando a pocos centímetros de mí. Leve huella sutil de una quimera en medio de la brisa. Braceo con decisión hacía el norte, siempre imagino mi huída encaminada hacía la aurora. Sentada sobre ella esperas mi retorno, con la paciencia de alguien que sabe dejarme el suficiente oxígeno para bucear entre los ciclones que, de vez en cuando, me envuelven.